Con este post comenzamos la serie «Cosas que pasan». Hoy nos remontamos al siguiente viaje: Budapest.
Iba a ser el primer viaje post-confinamiento. Ya poseía mi pasaporte COVID. Era el momento de volver a visitar Europa, eso sí, teniendo precaución y controlando qué países tenían restricciones, si estaban bien y cómo llevaban la incidencia. Tras una exhaustiva búsqueda y comparación, decidí volar a la capital de Hungría.
La anécdota que da título a este post ocurrió al segundo día de viaje. Era domingo y todo iba según lo planeado. Transporte al centro, desayuno previo al free tour, recorrido por la ciudad y tras la finalización, primera degustación de comida húngara. Todo parecía ir bien, hasta que después de comer, cuando llegué al alojamiento para descansar, me di cuenta de que la llave de mi cabina no estaba. La había perdido. No podía creerlo. Estaba entrando en pánico por momentos. Al día siguiente tenía que trabajar, el portátil estaba dentro y no podía abrir el candado. Busqué por toda la mochila, los bolsillos, la cartera; nada. Hice un recorrido mental y volví a los sitios de Budapest donde podía haber sacado la cartera o haber abierto la mochila. De nuevo, nada. Definitivamente la había perdido.
¿Cómo abrir un candado sin llave en Budapest?, la odisea
Respiré hondo y bajé a recepción. Seguro que podían ayudar. Tenía la esperanza de que en el hostel hubiese alguna herramienta tipo cizalla o tenazas. La comunicación costó lo suyo. El recepcionista no sabía mucho inglés y servidor, de húngaro, palabras sueltas y mal pronunciadas: hola, adiós, cerveza, y alguna otra cosa más. En un principió me dio una llave pensando que el candado era del propio hostel. Me estaba desesperando. Al final, conseguimos entendernos entre fotos de Google y el traductor. Se me cayó el mundo a los pies cuando me dice lo siguiente: «Es domingo, el hombre de mantenimiento no trabaja y yo no tengo las llaves. Lo siento.». No podía esperar al día siguiente, mi jornada empezaba temprano. Las ferreterías, cerradas y las pocas tiendas que estaban abiertas, cerrarían pronto.
En la primera hora de búsqueda no hubo suerte. Miré en Maps y vi un Ikea abierto. Tras 20 minutos en el transporte público, llegué. El Ikea era enorme. Entré muy tranquilo pensando que había llegado al sitio idóneo. Busqué pero no encontré nada. Me acerqué a un dependiente y le pregunté por herramientas útiles para mi cometido. Sueltas no había, y el maletín, agotado. Pregunte por alguna alternativa, nada.
Salí del Ikea y me senté. Quise quemar un último cartucho en la zona. Maps me sugería una tienda llamada Müller. No la encontré. Cada vez era más tarde y yo aún no tenía ninguna solución. Finalmente encontré un Spar. En la zona de jardinería encontré unos alicates. Durante los aproximadamente 10 minutos que estuve parado inmóvil pensando qué coger para romper el candado, dos hombres me miraron curiosos. Uno de ellos finalmente me preguntó si necesitaba ayuda. Al girarme, les expliqué qué me pasaba. Me dijo que podía funcionar y me deseo suerte.
La hora de la verdad. Candado vs DSAM
Estaba frente a la taquilla y el candado. La estampa era digna de fotografía. En la mano, el alicates, encima de la cama todos los utensilios listos para hacer un obra avalada por el mismísimo MacGyver. Finalmente, después de 15 minutos seguidos intentando cortar el acero, lo conseguí. A costa de mi mano derecha, inservible la siguiente hora. Me senté en la cama. Mi primer viaje tras la pandemia seguía su curso. Podía disfrutar de Budapest tranquilo.


Desde ese momento, llevo dos llaves en sitios distintos, y una la dejo en la habitación, por lo que pueda pasar. Más que aprendida la lección.